jueves, 21 de mayo de 2009

Sentencia

Sus ojos brillaron, profundos, con un ahogado grito de auxilio. Creo que conocía su condena, y sabía que no iban a absolverlo. Tan sólo por eso no dejó salir su grito.
Estaba condenado por la tierra en la que había nacido. Su sangre estaba manchada y debería transitar siempre como un fantasma.
La sentencia de un país ausente dictaba abandono. La sentencia de sus pares dictaba indiferencia. La sentencia de su prójimo dictaba olvido. La sentencia de su familia... ¡quién sabe lo que fuese de su familia!. Quizás corrían su misma suerte.
Y jamás sería sometido a juicio. No contaba con defensa, tribunal ni nada. Sólo con miles de ojos de juez cayendo sobre sus espaldas, inculcando culpas que él siquiera imaginaba.
A pesar de todo decidió seguir por su camino. Con sus pobres cinco años pedía monedas en la puerta de una iglesia.