lunes, 17 de agosto de 2009

El gran salto

La escena: un balcón, en un séptimo piso.
El personaje: su nombre y edad no importan. Simplemente se encuentra un tanto aburrido.
La situación: una tarde de domingo. Sin nada en la televisión, sale a fumar un cigarrillo mientras contempla el paisaje, los ruidos, las luces, y allá, diminuto en la distancia, el suelo. Es entonces cuando, curiosidad de por medio, su mente empieza a divagar.

- ¿Cómo será saltar desde acá? ¿Será como en las películas, que toda la vida pasa frente a los ojos? ¿Me acordaré de papá y mamá, cuando me llevaban a la plaza a hamacarme? La misma plaza que, siendo un poco más grande, usé para jugar a la pelota y que, poco después, fue cómplice muda de mis primeros besos. El secundario, sus boliches y borracheras. Grupos de amigos, novias y otros personajes de paso. La universidad, aulas llenas, profesores, nervios, escapadas, y más novias y amigos. Un tango, un asado, la Libertadores, ir a pescar, algunos cigarros, un partido de truco. Debe ser increíblemente desesperante la sensación de caer y caer, sin vuelta atrás. El viento golpeando fuerte en la cara y el corazón intentando salirse del pecho. ¡Qué locura! Pensar que hay gente que salta como si nada importara o si todo importara demasiado.

Terminó su cigarrillo y quiso entrar en el departamento. Quizás sintió frío, pues la noche se acercaba rápidamente. Quizás había encontrado algo para hacer. De cualquier modo eso fue irrelevante, pues era demasiado tarde: el suelo estaba cada vez más cerca.