miércoles, 12 de mayo de 2010

Desnuda

Detenga allí sus pasos, señorita.
Lleva usted algo que me pertenece,
no piense que no la he visto.

Largo tiempo la he buscado,
sin mi reflejo y sin mi sombra,
pensando que era usted quien me faltaba.

Y aunque le parezca iluso e irrisorio
no se atreva - por favor - a moverse,
que me tiene a mí entre sus manos.

Sepa que yo, sin un yo, ya no soy nada.
Ni los días lo son, ni las horas ni segundos
ni colores ni aromas ni susurros.

Deje el periplo de la huida, lo encarezco;
le suplico, le amenazo, le prohibo.
Traiga hasta mí aquellos, mis pasos.

Pero, ¿por qué llora, señorita? ¿Es acaso...?
Está bien. Sepa que no la he visto.
No piense que yo, sin un yo, ya no soy nada.

Sonría y al caminar no vuelva su cabeza,
le suplico, le amenazo, le prohibo.
Mas, sea amable: mándeme mis saludos. Adiós.