lunes, 9 de septiembre de 2013

Mi boca tiembla por besar estas palabras,
que saben un poco a pensamiento;
que te dibujan y te nombran
con su callado eco.

Mi boca, que se amarga
con la negrura de la roza que agosta los campos,
pues sólo letras tengo y es a ti a quien busco
y a tientas no te hallo

aunque eres mía y aquí te tengo,
entre mis manos vacías;
como tengo pelos, piel y uñas
y zapatos, camisas, calles y paredes,
y perros y árboles y todas las canciones que el río canta.

Tanto tengo y quizás más. ¿O no es tu sombra
la misma sombra con que la noche oscurece?
¡Si me despierta el viento con tus susurros, con tus mil voces!
Ciego yo que no he querido verte,
trémula la carne que te anhela
porque ignora tus verdades; la certeza de saberte
aquí, y allí en donde te piensas,
y en todas partes.

Son mis lágrimas la vida
que rebosa en la clepsidra, de tan tristes,
porque tú eres la tristeza.
Y eres la dulzura, la paciencia, la esperanza,
cada piedra, cada templo, cada llaga,
los gestos, las virtudes, las pasiones.

Eres mía, mujer, porque algo tengo y te respiro.
Tengo el amor, y tú eres también eso.
Pero a ti, a ti no puedo tenerte;
simple como un grito, la futilidad del tiempo.
Para ti seré una estrella, una nube.
Y seré barco, serpiente, arbusto.
Seré nada, tal vez, y no me verás
hasta que no llegue el final de este torrente;
sólo entonces, tal vez, te tendré
y tú también me tendrás,
justo donde todo acabe, donde tú y yo y todas las cosas
somos y seremos plenamente uno.