A veces anhelo
que suceda lo imprevisto
e improbable
dejando triunfar mi cobardía
y este temor a equivocarme
estalle en el súbito segundo
en que se agote la tinta
y mis labios callen.
Entonces no imaginaré
ni el aroma de jazmines
ni unas manos que se extienden
ni tu rostro en el papel.
Desaparecerá el testamento
de todo lo que me falta
por beber afanoso
cada gota que regala la clepsidra.
Tlatelolco, Mayo y Chiapas
no saldrán de mi memoria por mis manos
ni podrás ver en mis ojos que cayeron
más que dos torres un once de septiembre.
No se borrarán estas palabras
si una lágrima las toca
y aquel último momento
me encontrará durmiendo
por no haber dejado constancia
de los sueños que conozco.
Y así, tan sólo sabrás de mi
si las casualidades lo permiten
y ante tu gesto asombrado
uno de tu calle te dice
que tiene un amigo
que un día me conoció.